En medio del humo de los cigarros apareció la silueta de aquel viejo gitano.
- Le doy un talismán por un trago.
- Y yo para qué un talismán.
- Para que pueda enamorar a cualquier mujer.
- Estás loco viejo si crees que me voy a comer ese cuento, pero si quieres un trago te lo invito, gratis.
El viejo sorbió el trago con avidez y luego de dar las gracias entregó al joven un medallón.
- ¿Y esto?
- Un talismán del rostro amado.
- Te invité gratis el trago, mejor lo guardas para alguien que crea en esas tonterías.
- No es ninguna tontería, funciona y es suyo, yo no pedí que me regalara nada.
- Esta bien. - respondió para no ofender el orgullo del viejo - ¿Para qué sirve?
- Mientras lleve este talismán colgando de su cuello las personas lo verán, no como es usted físicamente, sino según su propio ideal de belleza. Será gordo, flaco, alto, bajo... dependiendo del ideal de hombre de quien le mire.
Al otro día el joven se puso el talismán para ir a la universidad, sintió algo extraño al hacerlo pero se dijo a si mismo que era sólo su imaginación y cuando sintió la mirada de deseo de las mujeres con que se encontraba se repitió lo mismo.
Pero cuando su mejor amiga lo tomó de la mano y le dijo que nunca había notado lo azul que eran sus ojos - que en verdad eran negros - y que era, físicamente, el hombre más hermoso que ella había visto, el joven comprendió que el anciano no había mentido.
Y esa noche, luego de hacerle el amor, cuando se miró en el espejo descubrió una imagen diferente a la suya, la imagen de un hombre moreno, de cuerpo atlético y ojos azules.
Y él sintió tristeza porque ella había estado con otro pero el recuerdo de la pasión con que se había entregado y de todos los placeres que ella le había hecho sentir, ahogó aquel sentimiento.
Ese día comenzó su carrera de seductor.
Las mujeres, al ver que su aspecto era el del hombre soñado, se acercaban a él ansiosas de hallar que la semejanza con el hombre ideal no sólo era física, así que era fácil engañarlas...
- Te gusta Benedetti.
- Claro, es mi artista favorito.
- Recítame uno de sus poemas.
- No me se ninguno de memoria pero porque no me dices tu alguno.
Y ella comenzaba a recitarle los poemas que él jamas había escuchado, mientras él la veía con una mirada mezcla de aburrición y deseo que ella percibía como la mirada más tierna y enamorada del universo.
En conclusión no era más que saber callar, escuchar y asentir, dejar que ellas mismas describieran él aspecto interior del hombre soñado y luego con un gesto decir:
- Que casualidad, yo soy así.
Y después de hacer el amor encontrar en el espejo el reflejo del hombre que ellas habían visto.
Pero un día sucedió lo inesperado.
Pasaba por la cafetería de la universidad y al verla comprendió lo que las mujeres sentían al verlo a él. Era tan hermosa, cada rasgo físico concordaba, no con los de una mujer perfecta, sino, con los de la mujer que él siempre había soñado.
Ese día acabó su carrera de seductor pues él fue seducido.
Así que se acerco a ella, sin simulacros, aunque llevando el talismán. Fue hermoso, descubrió semejanzas y diferencias que le encantaron.
No la llevó a la cama esa noche, ni la siguiente, quería disfrutar ese amor, alargar cada momento, además tenía miedo, no quería descubrir el verdadero aspecto del hombre que ella amaba.
Mas llegó el día en que sus cuerpos se unieron, ya que el amor es también deseo, ambos se entregaron como nunca antes y sólo el recuerdo del talismán evito que fuera el momento perfecto.
Ella dormía cuando él se levantó de la cama, las lágrimas humedecían su rostro mientras se acercaba al espejo para descubrir al hombre cuya imagen ella amaba.
Sus ojos recorrieron cada detalle y luego el talismán se estrelló contra el piso haciéndose pedazos.
Luego se acercó a ella para despertarla, para hablarle del talismán y explicarle que la magia no había sido necesaria, que ella lo había visto como él era, que la imagen en el espejo, por primera vez, había sido su verdadera imagen.
Pero no le dijo nada pues descubrió que del cuello de ella pendía un talismán del rostro amado.